Quieren salir hacia otras tierras, invadirlas esta vez sin espadas, pero con igual o mayor riesgo que un conflicto armado. Nuevas huestes izando los blasones de la dignidad, con fe fervorosa en la libertad y esperanzas puestas en el motín de sentirse colegas de esos conocidos por las redes sociales, residentes en el confín que se ríen y disfrutan en la vida ostentando aparentemente una felicidad, aunque sea bajo la cortina de la virtualización digital y la magia de la ficción del séptimo arte que esconde una política de hegemonía del bienestar.

Debo poner en duda al profesor de Harvard, Steven Pinker cuando conjetura sobre las mentes de los líderes políticos actuales, al afirmar que la guerra cada vez es menos rentable como procedimiento para ocupar y explotar un territorio.  En su libro “Los ángeles que llevamos dentro”, llega a la conclusión de que el mundo es ahora un lugar más seguro donde mueren menos personas bajo la tormenta de la beligerancia y que la conflagración como método para dirimir fronteras o apoderarse de recursos ya no es tan relevante como lo era hace algo más de un centenar de años.  Tengo mis dudas.  Por el contrario, Zack Beauchamp indica que es muy pronto para proclamar que estamos pasando página sobre las guerras y que la estadística presentada por el psicólogo de Harvard podría tener errores perceptibles en el sesgo producido al delimitar la población considerada involucrada en la guerra para determinar la proporción de bajas.

No obstante, hay los conflictos actuales circunscritos a regiones concretas donde el pulso alcanza una tensión moderada, manteniendo controlado el riesgo en cada acción y su rentabilidad económica, política y humana, como si la ostentación o insinuación de armas masivas alentara el armisticio o si el valor de la vida humana ya no fuera insignificante frente al interés político. Consecuentemente, en las hostilidades el porcentaje de muertes respecto a los involucrados son menores que antaño. Aunque hay dificultad de establecer esa proporción, cuando la acción armada es globalizada, sin frentes ni trincheras, siguiendo una estrategia fragmentada, con acciones embozadas en una oportunidad ideológica y valiéndose de la mimetización social que le proporciona el estado de derecho, como es el caso de las acciones terroristas.

No obstante, el conflicto entre pueblos compitiendo por territorios aun sucede con cierta similitud en objetivos a los choques entre pueblos del pasado pero diferente planteamiento y modo. El modo y manera no justifican el fin. La violencia como método impositivo y resolutivo es afortunadamente reemplazada por formas que esquivan el enfrentamiento cruento, como es el desafío a la intemperie del desierto implacable, la naturaleza imperiosa del mar, esquivando la legislación del norte y sur, para enrolarse en las nuevas huestes aventureras y clandestinas que emprenden una incursión valerosamente pacífica. Es el impulso de reconquista de la dignidad sobre la perspectiva futura que la globalización de las comunicaciones digitales ha facilitado, acompañados de otros factores, como la huida de conflictos sociales o el impacto desolador del cambio climático; pero es una reconquista no exenta del riesgo de perder la vida. Riesgos que estadísticamente llegan a ser mayores que un conflicto armado. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) habla de un balance 3.116 migrantes muertos en 2017, en la travesía del Mediterráneo, tratando de alcanzar las costas europeas.  No me vale decir que hemos mejorado con respecto al año anterior que fueron  5.143. Esto supone que fallecieron casi un 4% de los emigrantes llegados a Europa  en la ruta mediterránea, porcentaje que no se supera en la mayoría de los conflictos modernos.  Unos de los más sangrientos combates de la Segunda Guerra Mundial, el desembarco de Normandía, se cobró poco más del 4% de los participantes de ambos bandos. Tenemos desembarcos a diario sobre nuestras costas mediterráneas, siendo la más sufrida la italiana. Todos ellos sumados en un solo año son un drama equivalente al desembarco bélico de Normandía.

Es el goteo continuo de personas que dejan sueños flotantes o hundidos, a punto de tocar la arena con niños sin sonrisas que perdieron los brazos maternos que les cobijaban. Es la reconquista sigilosa de la dignidad de vivir un estilo diferente. Vivir como nosotros. Deberíamos reconocer que ahora nos queda pendiente otro conflicto mundial no menos cruento, donde el enemigo a batir somos nosotros mismos, con nuestros temores de proteccionismo ruin, ante el sueño del aventurero huyendo de la intemperie natural o social centroafricana, sorteando la masa de agua marina para alcanzar la arena europea o perecer.

Por David Chinarro Vadillo* | Universidad San Jorge


* Dr. David Chinarro Vadillo, vicedecano de Investigación de la Escuela de Arquitectura y Tecnología (EARTE), director del Máster Universitario en Tecnologías Software Avanzadas para Dispositivos Móviles

Artículo publicado en Heraldo de Aragón

La emigración: Guerra y paz en el mare nostrum David Chinarro

Artículo publicado en Heraldo de Aragón, 16 de abril de 2018