Francesc Torralba Roselló, doctor en Filosofía, Teología, Pedagogía e Historia, Arqueología y Artes Cristianas, impartió la primera conferencia del ciclo “¿Un futuro humano?”, un conjunto de ponencias organizadas por el Grupo San Valero para reflexionar sobre los desafíos de la inteligencia artificial y los riesgos y beneficios de transformar al ser humano a través de tecnologías que mejoren sus capacidades.

Torralba impartió la sesión “Deconstruir las falacias del transhumanismo”, en la que explicó qué implica la palabra transhumanismo y qué contradicciones genera esta ideología analizándola desde su naturaleza filosófica.

“El transhumanismo parte de la tesis de que el ser humano puede y debe ser mejorado a través de la introducción en su propia estructura de determinados artilugios tecnológicos”, resumió. Este cambio, denominado biomejora, tradicionalmente se hacía a través de la educación y, aunque el transhumanismo no niega el potencial de la formación, sí que considera que actualmente hay capacidades tecnológicas que antes no existían y que permiten “mejorar significativamente las habilitades del ser humano, además de generar capacidades nuevas que en un estado natura no tendría”.

El objetivo de esta modificación, según explicó el experto, es “resolver los problemas de enorme complejidad que existen en el planeta y que actualmente no podemos solucionar: cambio climático y su aceleración, desigualdad económica y social, etc.”. Por este motivo, admitió que esta corriente, realmente, “tiene una finalidad noble”.

Torralba expuso que esta posibilidad de mejorar al ser humano ya existe en la actualidad. Como ejemplo, mencionó las cirugías estéticas que modifican la imagen. “Pero, hasta el momento, afecta a la corporeidad. El transhumanismo va más allá. Quiere mejorar la memoria, la voluntad, la inteligencia, la imaginación, el control emocional, etc.”, afirmó.

“Las nanotecnologías, biotecnologías, tecnologías de la información y comunicación y las ciencias cognitivas pueden crear artilugios que modifiquen significativamente nuestras capacidades”, explicó el filósofo. Técnicamente, en la actualidad, estas ciencias permiten acciones como “alterar la capacidad auditiva y visual, reducir la agresividad de un ser humano o modificar el gen que determinará la altura o el sexo de un bebé”, aunque “todavía no pueden garantizar la longevidad”.

Corrientes transhumanistas

Torralba presentó un tipo de transhumanismo “que se expande y se mete en la vida de otros seres”. Esta corriente, por un lado, “piensa en mejorar otras especies, como las animales y vegetales”, y, por otro lado, plantea “mejorar al que nacerá”. El primer supuesto ya es una realidad, puesto que ya existen vegetales transgénicos con mayores capacidades proteicas o más resistentes a las temperaturas y los virus. “Pero, entonces, también se podría plantear la modificación de una vaca para que produzca más leche o de un cerdo para que su carne sea más sabrosa”, reflexionó.

El segundo supuesto, argumentó, crea un debate más serio. “Si tenemos en cuenta el entorno competitivo en el que vivirán nuestros hijos, ¿qué padre no querría mejorar a su hijo para hacerlo más resistente a determinados virus, para que esté más capacitado en determinados ámbitos o para que desarrolle sus capacidades emocionales?”, se preguntó.

Torralba explicó que este concepto de edición genética, que también es una realidad factible en la actualidad, ha originado dos posturas. Por un lado, los tecnoprogresistas, que defienden que “si se puede mejorar, hay que hacerlo”. Por otro lado, los bioconservadores, que justifican que, aunque sí que podemos utilizar la tecnología “para corregir las disfunciones” – por ejemplo, un brazo biónico para una persona que tuvo un accidente y lo perdió -, “hay que respetar la vida tal como ha sido dada” y no se debería utilizar la tecnología “para mejorar a alguien que ya está bien”.

Contradicciones del transhumanismo

Tras presentar estos supuestos, Francesc Torralba detalló aquellas falacias o contradicciones que genera el transhumanismo. Primero, crearía un problema de equidad, puesto que las tecnologías para modificarse costarían dinero y solo las personas con mayor poder adquisitivo podrían acceder a ellas. “Ante esta afirmación, los transhumanistas argumentan que las innovaciones siempre han empezado por una minoría y luego se han popularizado”, planteó. Sin embargo, opinó que, debido al exponencial desarrollo tecnológico, la discriminación que se creará hasta que lleguen a todo el mundo será “enorme” y originarán “una distinción entre el propio ser humano”.

En segundo lugar, planteó el problema de la alteración de la identidad humana. “El posthumano será alguien tan modificado que ya no sería humano y no formaría parte de nuestra condición. Si nos vamos modificando, ¿en qué momento dejamos de ser seres humanos?”, reflexionó.

En tercer lugar, destacó que la mejora de las condiciones y habilidades no implica mayor felicidad. “He visto personas con Síndrome de Down muy felices y personas con tres tesis doctorales que no lo son. O niños superdotados con un sufrimiento enorme por problemas de adaptación, marginación y soledad. Así que no está claro que la perfección moral o física esté vinculada con la felicidad”, argumentó.

Finalmente, mencionó las consecuencias a nivel social, político y laboral, puesto que el transhumanismo llevado a su máxima expresión y consiguiendo la inmortalidad del ser humano crearía alteraciones en el sistema laboral o de pensiones, entre otros.

A pesar de los riesgos que implican las tecnologías, el doctor reconoció “las enormes capacidades” en muchos ámbitos. “La tecnología bien articulada en base a principios éticos permite liberar a las personas de cargas pesadas. Hay que diferenciar la crítica al tecnocentrismo de la crítica a la tecnología en general”, advirtió.

Derecho bioético global

Para concluir la ponencia, Torralba introdujo el concepto del bioderecho como una necesidad global. “Mientras no haya una ética o derecho global, será muy difícil domesticar este monstruo. Porque el que quiera acceder a ello podrá hacerlo en otro país si en el suyo no puede”, afirmó. Y esto, observó, ya es una realidad: “En España no se puede modificar al que va a nacer para que sea mujer u hombre. Pero en otros países sí que se puede hacer”, apuntó.

Además, abordó el aspecto del medio ambiente y los derechos laborales para ejemplificar la problemática que podrá generar la falta de un derecho bioético global. “En algunos lugares las leyes medioambientales son mucho más férreas que en otros, pero las acciones desarrolladas en países con leyes más laxas afectan a todo el mundo. Igualmente, hay sitios donde puedes explotar indiscriminadamente a los trabajadores, tener un coste de producción menor y después vender el producto en otro país”, explicó.

Ante esta realidad, el filósofo compartió algunas actuaciones que cada persona puede implementar. “Por un lado, podemos expandir la conciencia global, superando la idea de <<mi tierra, mi camarote>>, puesto que somos un solo pueblo mundial, aunque haya tradiciones, culturas y lenguas que respetar. La comprensión minúscula de <<mi camarote>> es un paradigma desfasado”, sentenció. Y, por otro lado, puso en valor el poder del consumo responsable, puesto que las actuaciones de compra “legitiman determinadas prácticas”. Al final, concluyó, “el ciudadano tiene el poder de expandir esta consciencia a través de sus acciones individuales”.

La sesión fue presentada por Carlos Cetina, vicerrector de Política Académica y Profesorado de la USJ. La próxima ponencia del ciclo se desarrollará el 20 de octubre y participará Sara Lumbreras, profesora de la Universidad Pontificia de Comillas, para hablar de ‘La posibilidad de construir una IA humana’, y el escritor y filósofo Jordi Pigem, para analizar ‘El transhumanismo como caverna y espejismo’.