Beatriz Jericó, alumna de sexto curso del doble grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual, consiguió el primer premio en el III Concurso de Microrrelatos contra la violencia machista “Jóvenes con mucho que contar”, organizado por el Instituto Aragonés de la Juventud, el Instituto Aragonés de la Mujer y la Fundación Piquer.

Animada por un amigo conocedor de su pasión por escribir y su concienciación sobre la violencia machista, decidió participar por primera vez en este concurso del que finalmente resultó ganadora entre un total de 320 participantes, de los cuales el 70% eran chicas.

Su microrrelato “Adivina quién” cuenta la historia de dos hermanos que juegan a las adivinanzas. “Me pregunté cómo sería mirar de nuevo el mundo con la mirada de una niña y hasta qué punto sería totalmente consciente de lo que sucede en mi entorno más próximo”, explica Beatriz sobre el proceso de creación del relato.

“Realmente la historia no deja de ser una metáfora de lo que ocurre en la vida real: mujeres que ni ellas mismas son conscientes de que están siendo maltratadas (o no quieren reconocerlo) o lo ocultan por miedo a lo que pueda pasar después”, explica. “A veces, tampoco el entorno próximo de la mujer maltratada es consciente de su situación o, si se descubre, en muchas ocasiones el rescate llega demasiado tarde”, añade.

El jurado seleccionó además 45 relatos en homenaje a las 45 mujeres que, a fecha 5 de noviembre, fueron asesinadas en España por sus parejas o exparejas. “Es un tema que nos debería importar a todos. Que no nos influya particularmente no quiere decir que no nos afecte”, afirma Beatriz.

Para la ganadora del concurso, las medidas para luchar contra la violencia machista comienzan en la educación. “Sea en la juventud, sea a nivel global, lo primero y, ante todo, educación. Las instituciones públicas, además, deberían dar respuestas más rápidas y eficaces ante los casos de violencia machista: una orden de alejamiento no es una medida eficaz, una prisión provisional, tampoco”, añade.

El número de jóvenes que deciden participar en este concurso va en aumento habiendo superado los 216 trabajos presentados el año pasado y los 86 de la primera edición.

 

  “Adivina quién”

Jugábamos a imitar personajes, tal vez personas. Las reglas eran sucintas: todo valía salvo hablar. La alfombra del salón estaba libre de mesas y artefactos y mi hermana se disponía a alzar un animal de peluche como el cura que oficiaba la misa en el colegio con la oblea. El gesto solemne, esperado, fue más que significativo.
– ¡Eres Rafiki en el Rey León!
Llevábamos más de veinte acertados y el juego se complicaba. En mi siguiente turno fuimos al dormitorio de mis padres, me eché un abrigo por encima, me puse un sombrero e hice como si fumara un cigarrillo y apagase en la lengua. Mi hermana no tuvo ninguna duda aunque hubiese introducido la variable de la realidad.
– ¡Eres el tío Nardín!
Ella ya no sabía qué hacer. Miró todo el cuarto y parecía que no le venían las ideas. De repente se le iluminaron los ojos.
– Sal cinco minutos y vuelve a entrar.
Habían pasado casi diez y yo llamaba a la puerta sin que mi hermana me respondiese. Crucé el umbral, el edredón cubría un bulto tapado hasta la cabeza. Me acerqué a la cama. No había movimiento y le pregunté si estaba dentro. Nada. Entonces agarré la esquina de la sábana y descubrí el escenario que había preparado para mí con minuciosidad estricta: la almohada pintada con topos discontinuos de pintalabios carmín; el ovillo de posición fetal; el colorete morado alrededor de los párpados, amarilleándose en los pómulos; la mirada perdida, como de ausencia.
Me quedé observándola unos segundos, igual que las tantas veces que lo había hecho antes. Después, grité:
– ¡Qué fácil! ¡Eres mamá!